VENGO A PRESENTAR MI NOMBRE
Gracias, queridas compañeras y queridos compañeros:
Desde Nariño, tierra de luchas históricas y de construcción colectiva entre las fuerzas alternativas, rodeado de lideresas y líderes sociales, mujeres y jóvenes, vengo a presentar mi nombre ante el pueblo colombiano como precandidato del Pacto Histórico a la Presidencia de la República.
Soy defensor de derechos humanos, sobreviviente del genocidio político, hijo de un senador de la Unión Patriótica asesinado por su compromiso con los derechos de la gente.
Creo profundamente en la verdad y la justicia. Creo en el poder de las víctimas para derrotar la impunidad, dignificar a las comunidades lesionadas por la violencia y construir una verdadera reconciliación nacional.
Creo en la paz como camino y en el diálogo como herramienta para cerrar el ciclo de violencia que ha marcado nuestra historia. He sido facilitador y negociador en procesos de paz, y he actuado como mediador entre gobiernos y movimientos sociales.
Creo en la equidad. Durante años he acompañado las luchas de comunidades populares y campesinas golpeadas por la pobreza, el despojo y el desplazamiento. Sus causas son también las mías.
Creo en la ética pública y rechazo toda forma de corrupción. Desde el Congreso he ejercido con firmeza el control político, enfrentando estructuras criminales y mafiosas sin vacilaciones.
Creo en la necesidad de unirnos como sociedad. He trabajado incansablemente por articular las fuerzas progresistas y democráticas, por construir puentes que nos acerquen a un Pacto Nacional que incluya a todos los sectores de la sociedad, y que tenga como prioridad a los más pobres, a los históricamente excluidos.
Como un ciudadano más: sin arrogancia y sin prepotencia, hoy pongo mi nombre a disposición del Pacto Histórico y del pueblo colombiano, para seguir construyendo juntos el cambio histórico.
Tomo esta decisión en obediencia a la voluntad colectiva. No entiendo la política como el mero ejercicio de aspiraciones personales, sino como un compromiso con las causas justas y con el mandato del pueblo. Desde el inicio de esta campaña electoral dejé claro que no era mi intención aspirar a la Presidencia. Sin embargo, hoy doy este paso después de escuchar, con atención y con la mente abierta, solicitudes que para mí es difícil —diría imposible ignorar.
He recibido el llamado de las Madres de los Falsos Positivos de Soacha, del Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, del Polo Democrático Alternativo, así como de miles de ciudadanas y ciudadanos que me han pedido asumir esta responsabilidad.
Acepto esa petición con la convicción profunda de que gobernar no es imponer, sino construir colectivamente. Me sostendré en la premisa fundamental de que las decisiones de gobierno deben tomarse consultando los propósitos de los movimientos sociales, guiados siempre por el principio que nos enseña la sabiduría ancestral de nuestros pueblos: mandar obedeciendo.
Como sociedad marcada por una historia de violencia, desigualdad, patriarcado y racismo, padecemos una profunda degradación moral. Hemos heredado el miedo a la libertad, el desprecio por los pobres, el sometimiento de las mujeres, la persecución de los pueblos ancestrales, la simulación de la democracia, el rechazo a la paz, la intolerancia frente al cambio social y la exclusión de quienes no poseen riqueza ni poder.
Ese modelo de vida ha implicado el sacrificio de nuestra nación como proyecto colectivo. Hemos terminado por aceptar los peores crímenes y normalizar la corrupción, permitir el predominio del odio, ceder con abyección ante la dominación, destruir la ética pública, anular la solidaridad, negar la dignidad humana y despreciar lo más valioso de nuestra cultura e identidad. Al mismo tiempo, hemos depredado la naturaleza y puesto en riesgo la inmensa biodiversidad que forma parte esencial de lo que somos.
Por eso, no basta con transformar las condiciones materiales de vida. Necesitamos una auténtica revolución ética, una revolución de conciencia, que comience en lo más profundo de cada uno y cada una de nosotros. Una transformación que nos libere de la indiferencia ante el dolor ajeno, que rompa con el desprecio por la vida digna y nos devuelva la capacidad de imaginar y construir un país justo, solidario y en paz.
A pesar de ello, hoy en Colombia, vivimos un proceso significativo de cambio social, fruto de la resistencia de las comunidades en los territorios, del coraje de la juventud durante el estallido social, de las luchas emancipadoras de las mujeres, del sacrificio de líderes y lideresas que dieron su vida por ampliar la democracia, del periodismo valiente que se atrevió a decir la verdad, de jueces y juezas que enfrentaron a las mafias, y de las ciudadanías diversas que han exigido dignidad, justicia y reconocimiento.
Este proceso no surge de la nada. Es resultado de una historia de acumulación democrática: de la Constitución de 1991, de los acuerdos de paz, del surgimiento del primer gobierno progresista en nuestra historia y de las reformas sociales que se han venido impulsando. Frente al modelo que ha destruido lo mejor de nuestra nación, hemos respondido con una propuesta clara: convertir a Colombia en una potencia mundial de la vida.
El gobierno que lidera nuestro compañero Gustavo Petro ha defendido el programa del Pacto Histórico, que es también la base de mi propuesta política. En estos tres años, se han puesto en marcha transformaciones fundamentales: la reforma agraria, la reforma laboral, la reforma pensional; el impulso a la economía campesina y popular, sin descuidar el conjunto del aparato productivo ni al sector empresarial.
Sin embargo, aún queda mucho por hacer. Debemos avanzar con decisión en otras reformas sociales, en la construcción integral de la paz, y en la erradicación de la corrupción. Pero, sobre todo, debemos fortalecer la participación ciudadana y la deliberación pública como garantía de que el cambio no solo se sostiene, sino que se profundiza.
Por eso, como primer paso en esta campaña, convoco al Pacto Histórico, a sus aliados, y a toda la ciudadanía a un ejercicio colectivo de balance y reflexión. Es hora de preguntarnos, juntos: ¿Qué reformas sociales debemos priorizar ahora? ¿Qué hemos aprendido en estos años de gobierno? ¿Qué hemos hecho bien? ¿Dónde hemos fallado y qué errores no deben repetirse?
Este momento no es solo de decisión política, sino de responsabilidad histórica. Solo con la verdad, la autocrítica y el compromiso colectivo, podremos avanzar hacia el país digno, justo y democrático que anhelamos construir.
Declaro, con total convicción, que seré respetuoso de las reglas democráticas, comenzando por la Constitución. Respetaré las instituciones, los poderes públicos y su independencia. Pero al mismo tiempo, defenderé y fomentaré todas las formas de participación democrática: el derecho de las ciudadanías y las multitudes a expresarse, a criticar, a movilizarse de manera permanente, pacífica y organizada.
Este respeto por la democracia no es formal ni oportunista. Nace de mi convicción profunda de que la reconciliación nacional, los acuerdos —uno o múltiples—, el fin de todas las violencias, la verdad y la justicia, deben ser los principios rectores de cualquier proyecto político que aspire genuinamente al bien común y a la dignidad de la Nación.
Desde el primer día anuncio, con toda claridad, que seré implacable frente a cualquier forma de corrupción. En primer lugar, a quienes me acompañen en esta campaña y, si el pueblo así lo decide, en el gobierno: exijo absoluta pulcritud y transparencia. Ninguna justificación será aceptada para desviarse del cumplimiento estricto de la ley ni de las convicciones éticas que nos inspiran. No habrá espacio para el lucro personal ni para las ambigüedades morales.
Del mismo modo que garantizaré el respeto irrestricto por las libertades públicas, también seré riguroso en la lucha contra el robo de recursos públicos, la malversación, los abusos de poder y cualquier forma de corrupción, venga de donde venga, incluso desde dentro de mi propio gobierno o del Estado.
Esta no es una promesa vacía ni una advertencia retórica. En mi vida pública he demostrado coherencia: he actuado con firmeza y dentro del marco legal contra más de 200 funcionarios a los que, mediante el ejercicio del control político, probé que incurrieron en actos de corrupción o abuso. Así he procedido, y así continuaré actuando, respaldado por la Constitución y por el mandato de la ciudadanía.
Mi campaña será, por convicción, profundamente austera. No se malgastarán recursos en publicidad excesiva, viajes ostentosos, espectáculos ni escenarios costosos. Hago un llamado a las organizaciones, comunidades y personas que decidan respaldar esta aspiración, para que sumen su acción voluntaria y construyamos juntos la fuerza electoral necesaria para vencer. Les invito a recorrer barrios, calles y veredas; a hablar con la gente, a promover un voto consciente e informado; y a vigilar con firmeza, el día de las elecciones, que se respete la voluntad popular en las urnas.
No apelaré al odio, ni a la burla, ni a la deshumanización del oponente. Será una campaña de diálogo, con las personas del común y con mis adversarios políticos. No responderé con insultos, ataques personales ni campañas difamatorias. Como ha sido mi práctica durante toda mi vida política, me guiaré por el principio del respeto, que no significa renunciar al debate, sino ejercerlo con firmeza, coherencia y altura. Defenderé con convicción el programa del Pacto Histórico, sin perder nunca la ética en el camino.
Compañeras y compañeros:
Al anunciar mi aspiración presidencial, no solo pongo mi nombre al servicio del país; me comprometo, junto a ustedes, en la tarea histórica de conquistar un segundo gobierno del cambio. Les digo con esperanza y decisión: en los próximos cuatro años, tenemos la capacidad de seguir transformando esta sociedad con valentía, imaginación y justicia. El cambio social que ya iniciamos puede y debe consolidarse.
Ese propósito no puede ser obra de unos pocos. Debe nacer del esfuerzo colectivo de toda la Nación. El verdadero cambio político y económico no se construye “contra” alguien, sino con todos y todas. No se trata de excluir, sino de incluir; no de imponer, sino de convocar.
No puedo cerrar estas palabras sin rendir homenaje a quienes nos abrieron el camino: figuras políticas, lideresas y líderes sociales, firmantes de paz, defensores de derechos humanos… a quienes sacrificaron su vida por una Colombia más justa. Su memoria nos acompaña y nos guía. Son presencia viva en esta lucha.
Con ellas y ellos, con los movimientos sociales, con las mujeres, con la juventud, con los pueblos de los territorios, emprendo este camino hacia un segundo gobierno que consolide el cambio.
Pasto, Nariño, 22 de agosto de 2025.
Iván Cepeda, senador y precandidato a la presidencia de Colombia 2026.