• abril 26, 2024 11:00 am

«Los hipopótamos que delatan al Estado colombiano»

En el año 1993, en medio de una operación para acabar con las mafias que controlaban el negocio del narcotráfico en Colombia murió Pablo Escobar, en aún poco claras circunstancias.

El capo colombiano se convirtió de inmediato en un mito, usado por la industria del entretenimiento, que se extendió a la par de la leyenda del General Naranjo quien, gracias a su participación en la búsqueda del famoso narcotraficante, fue luego denominado “el mejor policía del mundo”, lo que le ha sido muy útil para exportar el modelo represivo colombiano. De mito en mito, entre novelas, series y demás productos comerciales, quedó sepultada la verdad.

Años después su propio hijo confirmó lo que era un secreto a voces: El uso del tráfico de drogas para el financiamiento de la “lucha contra el Comunismo” a partir de los ochenta, que impulsó el crecimiento de los carteles de la droga. Juan Pablo Escobar, afirma en su libro Pablo Escobar: lo que mi padre nunca me contó y en entrevistas posteriores, que su padre colaboraba con la CIA y la DEA. “En honor a la verdad hay que contar cómo mi padre llegó a obtener semejante cantidad de poder y dinero. Es, sin duda, gracias a las alianzas. Le mandó 92.000 kilos de cocaína a la DEA durante tres años y se embolsó 700 y pico millones de dólares, que le permitieron comprar voluntades, bandidos, financiar terrorismo y causas para su propio beneficio. Las palabras literales de mi padre fueron: «Terminamos trabajando con quienes nos perseguían». Más claro no canta un gallo. Esto mismo sucede hoy, 23 años después.” De esto se concluye que el poder logrado por Escobar, sólo pudo ser posible gracias a la penetración del narcotráfico dentro del Estado colombiano y al apoyo estadounidense. Su excentricidad tuvo muchas expresiones y una de ellas fue la de un zoológico privado para el que mandó a traer varios animales exóticos, entre ellos cuatro hipopótamos.

El discurso oficial decía que una vez muerto el mayor capo de ese negocio en América Latina, el narcotráfico terminaría o al menos disminuiría. Pero por ahí andan estos paquidermos y sus crías, no sólo como evidencia de la vida ostentosa de Escobar, de su distorsionada percepción de la realidad y como evidencia de un gran poder, que le permitió sacar toda la cocaína que lo hizo millonario, como también introducir al país clandestinamente cuatro animales gigantescos, sino también como evidencia de que la historia que los involucra sigue caminando. Mientras los animales traídos desde África por Pablo Escobar pasaron de ser un macho y tres hembras, a una población estimada en la actualidad entre 80 y 120 animales, la cocaína pasó de una producción estimada de 119 toneladas en el año 1993 a mil diez toneladas el año 2020, según cifras entregadas por la propia Casa Blanca. La pregunta es ¿a qué se debe el incremento sostenido de las cifras? La respuesta es, en el caso de los hipopótamos, que una vez muerto Pablo Escobar en el año 1993, el Estado colombiano repartió en zoológicos los animales que estaban en su finca, pero optó por abandonar los hipopótamos porque eran difíciles de trasladar, por lo que estos se reprodujeron por el Río Magdalena, sin leones ni cocodrilos que coman sus crías, sin sequías como las africanas que amenacen su vida, y con un clima que según científicos parece estarles acercando a una madurez sexual más temprana.

Así, estos animales crecieron gracias a que encontraron en Colombia condiciones muy favorables para su reproducción que partieron con el abandono del Estado. Esto se parece mucho a la historia del narcotráfico, que ahora es un negocio, que no está visiblemente cartelizado como lo estaba en los ochenta. Hoy está atomizado, donde muchas de sus cabezas están disfrazadas de “gente de bien” o tienen altos cargos en el gobierno, otras están en México, pero como afirma el hijo de Escobar los verdaderos jefes, administradores de este lucrativo negocio son más que nunca la institución llamada Administración de Control de Drogas (Drug Enforcement Administration. DEA por sus siglas en ingles) y la Agencia central de Inteligencia (CIA). El negocio que se volvió tan lucrativo e importante para la sobrevivencia del capitalismo pasó a ser ahora una gran empresa trasnacional cuyos “CEO” están ocultos a la opinión pública, gracias a la destrucción de los grandes carteles colombianos en los noventa. Y, como la mayoría de las trasnacionales del mundo, tiene su centro de funcionamiento en Estados Unidos. Los inmensos cuerpos de los hipopótamos, con varias toneladas de peso, asoman por el Magdalena como un recordatorio de la historia del narcotráfico en Colombia y cómo este continúa reproduciéndose, pisando fuerte y perjudicando la vida de la población de los territorios que ocupa.

La opinión pública colombiana ha impedido que la cacería de hipopótamos avance, luego de que en el 2009 un grupo de soldados del ejército persiguiera y matara a uno de estos ejemplares, obviamente por orden de sus superiores. La foto de quince soldados armados y orgullosos de su hazaña, rodeando al animal muerto, desató el justo debate que ahora está entre el exterminio de la población más grande de hipopótamos fuera de África o trabajar por su esterilización. Otra evidencia de todo lo que simbolizan para la historia contemporánea colombiana, es que tras la recomendación que hicieran casualmente, científicos mexicanos y colombianos de cazarlos hasta exterminarlos, una ONG estadounidense interpuso una demanda ante un tribunal de su país a nombre de los hipopótamos del Magdalena, para declarar a favor de su esterilización. Sea cual fuere la resolución final, sea exterminarlos o esterilizarlos, en ambos casos se cometerá un crimen contra estos animales y en ningún caso se plantea regresarlos a África. Es de suponer que los costos de esta operación de traslado son muy altos, pero es sabido, que si en vez de 360 toneladas de hipopótamos (que es la suma total de estos animales en la que fuera la finca de Pablo Escobar) se tratara de 360 toneladas de cocaína, una gran operación trasnacional estaría en marcha para garantizar su feliz viaje.

Mientras el narcotráfico continúa avanzando en Colombia y se expande por Nuestra América viento en popa, los hipopótamos de Escobar son otras víctimas de esa triada mortal: la injerencia imperialista, el narcotráfico y un Estado al servicio de la oligarquía colombiana. Toneladas de verdad que hoy son condenados a la extinción. Se violenta al campesinado que se ve obligado a sembrar la coca para sobrevivir y se ataca a los animales, que fueron implantados por el narcotráfico en Colombia, pero el negocio prospera. Un narcotráfico que sigue lavando dineros los bancos, para generar millonarias ganancias al sistema financiero mundial, enriqueciendo cabezas cada vez más involucradas en los Estados, financiando ejércitos proimperialistas en todo el mundo, comprando armamento, entre otras actividades. En suma, continúa el narcotráfico lubricando la economía y contribuyendo a sostener al sistema capitalista y sus representantes globales.

En los años que les quedan de vida a cada uno de estos animales, que han nacido en Colombia, se constituirán en un monumento viviente a la farsa que es la tan cacareada “lucha contra las drogas” que en realidad, ha conseguido optimizar tan oscuro negocio y ha profundizado el conflicto político, social y armado en el país. Por eso, a los muchos elefantes blancos que hay en Colombia, hay que sumarle ahora estos hipopótamos, que sufren como el Pueblo colombiano, la tragedia que es tratar de sobrevivir en un enclave imperialista.

Sobre el autor

María Fernanda Barreto

Militante colombo-venezolana, feminista, escritora y educadora popular, dedicada en los últimos años a la investigación de temas relacionados con la geopolítica del imperio del capital. Integrante de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. Fue servidora pública del Gobierno Bolivariano durante 16 años. Es escritora, productora, guionista, editora, articulista y entrevistada habitual de diversos medios internacionales. Sus textos han sido traducidos a más de cinco idiomas.

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