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Cien horas con Fidel: La infancia de un líder

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PorRosalba Alarcón Peña

Sep 17, 2022

Hay líderes de líderes, sin duda, Fidel Castro marcó un antes y un después en la historia de los cubanos, de Latinoamérica y el mundo. El periodista, sociólogo y escritor francés Ignacio Ramonet, realizó varias entrevistas al líder de la revolución cubana Fidel entre los años 2003 y 2005 que tiene un valor perdurable. Estaremos publicando cada capítulo del libro “Cien horas con Fidel” todos los sábados.

Capítulo 2

LA INFANCIA DE UN LÍDER

INFANCIA EN BIRÁN – DON ÁNGEL – LA «CASITA DEL HAMBRE» – EL COLEGIO DE LA SALLE – Ecos DE LA GUERRA DE ESPAÑA – Los JESUÍTAS DEL COLEGIO DE DOLORES.

Son importantes las raíces históricas y, precisamente, quería preguntarle: usted nace en el seno de una familia relativamente acomodada, estudia en escuelas religiosas de ricos, hace luego estudios de Derecho.

Con ese tipo de formación, globalmente usted podía haber sido un dirigente conservador ¿verdad?

Perfectamente, porque el hombre no es totalmente dueño de su destino. El hombre también es hijo de las circunstancias, de las dificultades, de la lucha… Los problemas lo van labrando como un torno labra un pedazo de material. El hombre no nace revolucionario, me atrevo a decir.

¿Cómo surge en usted el revolucionario?

Yo me convertí en revolucionario. He meditado a veces sobre los factores que influyeron en eso. Partiendo de la situación de la zona donde yo nací en pleno campo, en un latifundio.

¿Podría usted describir el lugar donde nació?

Yo nací en una finca. Hacia el centro norte de la antigua provincia de Oriente, no lejos de la bahía de Nipe, y cerca del central azucarero de Marcané. El lugar se llamaba Birán. No era un pueblo, ni siquiera una pequeña aldea; apenas unas casas aisladas. La casa de la familia estaba allí, a orillas del antiguo Camino Real, como le llamaban al sendero de tierra y fango que iba de la capital del municipio hacia el sur. Los caminos eran entonces grandes fanguizales. Se iba a caballo o en carretas de bueyes. No había todavía vehículos motorizados. Ni siquiera luz eléctrica había. Cuando yo era pequeño nos alumbrábamos con velas de cera y lámparas de aceite.

¿Recuerda usted su casa natal?

Era una casa con arquitectura española o más bien gallega. Debo señalar que mi padre era de origen español, gallego, de Láncara, en la provincia de Lugo, hijo de campesinos pobres. Y ellos tenían la costumbre, en Galicia, de meter a los animales debajo de la casa. Mi casa se inspiraba de aquella arquitectura de Galicia porque estaba edificada sobre pilotes. Tenía unos pilotes de más de seis pies, que era la costumbre en Galicia. Yo recuerdo que, cuando tenía 3 o 4 años, las vacas dormían debajo de la casa. Se llevaban allí al anochecer, y debajo de la casa dormían. También allí se ordeñaban, amarrándolas a algunos de los pilotes. También había, igual que en Galicia, debajo de la casa, un corralito con cerdos y aves, por allí se paseaban gallinas, patos, gallinas de guinea, pavos y hasta algunos gansos.

He visitado Birán. Y he visto esa casa donde nació usted, que es efectivamente de una arquitectura muy original.

Era una casa de madera. Los pilotes eran de madera muy dura, de caguairán, y encima de aquellos pilotes estaba el piso. La casa imagino que inicialmente era cuadrada. Después se alargó hacia un área de baño, un espacio para guardar alimentos, comedor y cocina. Con posterioridad recibió una instalación adicional: en una esquina se construyó una especie de oficina. Sobre el área cuadrada original de la casa, había un segundo piso más pequeño llamado el «mirador».

Ahí nací yo el 13 de agosto de 1926 a las dos de la madrugada, según cuentan. En ese ambiente, desde muy temprano, me acostumbré a las imágenes y al trabajo del campo, a los árboles, a la caña de azúcar, a las aves, a los insectos…

Lo que impresiona en Birán es que se constata de manera casi palpable el fuerte carácter emprendedor de don Ángel, su padre.

Era un hombre con mucha fuerza de voluntad. Aprendió a leer v a escribir por sí mismo, con grandes esfuerzos. Indiscutiblemente era un hombre muy activo, se movía mucho, era emprendedor y tenía una capacidad natural de organización.

¿En qué circunstancias vino su padre a Cuba?

Mi padre era hijo de campesinos sumamente pobres. Cuando visité Galicia en 1992 estuve en su pueblo, Láncara, y vi la casa donde nació. Es una casita pequeñita, de unos 10 metros de largo por unos 6 de ancho.

Una casa de lajas de piedra que es un material abundante en aquel lugar, usado tradicionalmente por los campesinos gallegos para construir sus viviendas. En esa casita rústica vivía toda ía familia, y supongo también los animales. En la única pieza estaba el dormitorio y la cocina. No tenían allí tierras, ni siquiera un metro cuadrado.

Muy joven, con 16 ó 1 7 años, reclutan a mi padre en España y lo envían a Cuba a la guerra de independencia que comienza en 1895. No se sabe exactamente en qué condiciones vino. Cuando yo tenía uso de razón, no hablé sobre estos temas con mi padre. Él contaba, de vez en cuando, en una comida, con un grupo de amigos, algunas de esas cosas. Pero mi hermana mayor, Angelita, y Ramón, el segundo, que viven ambos, deben tal vez saber algo, porque hablaron más con él.

También cuando yo andaba ya en actividades revolucionarias, organizando el ataque al Moneada, preso y más tarde expedicionario del «Granma», mis hermanos más jóvenes, como Raúl, al que llevo como cuatro años y tanto, y después dos hembras, Emma y Juana, que estaban allá en la casa, conversaban bastante con mi padre, y ya él hablaba tal vez más de aquello, que yo no pude escuchar.

Por ellos me he enterado de algunas cosas, y la teoría es que mi padre era uno de aquellos jóvenes pobres de Galicia a los cuales algún rico le daba una cantidad de dinero para que lo sustituyera en el servicio militar. Y parece ser muy cierto que mi padre fue un campesino de aquellos, a los que reclutaban de esa forma. Usted sabe cómo eran las guerras aquéllas. Se reclutaba por sorteo, y los ricos podían pagar a los pobres para que fueran en su lugar al servicio militar o a la guerra.1

Bueno, debe ser como usted dice, había muchos casos en que, cuando le tocaba a un rico, buscaba una cantidad de dinero y se la daba a aquel que no tenía, que vivía muy pobre, en un pedacitico de tierra o de cualquier trabajo en el campo.

A mi padre lo mandan para acá de soldado español, y hasta lo ubican en la trocha2 de Júcaro a Morón. Y, entre otras cosas, se produce el cruce de la trocha aquella por los invasores orientales, bajo el mando de Maceo y Máximo Gómez, poco después de la muerte de Martí.

La trocha había que cruzarla de todas formas, una operación difícil. Era una trocha de norte a sur, en la parte más estrecha del centro del país, larga de bastantes kilómetros, podían ser casi 100 kilómetros de Morón al norte hasta Júcaro, un puerto en el sur. Sé que mi padre estuvo destacado allí. Pero pienso que cuando pasó Maceo no estaba todavía. Por allí cruzaban constantemente los cubanos, o andaban muy al norte, se metían por un lugar que llaman Turiguanó, una especie de isla unida a Morón por un área muy pantanosa. Allí en esa trocha estaba mi padre, destacado como soldado. Es lo que sé, tal vez mis hermanos sepan más.

¿Usted no recuerda ninguna conversación con su padre sobre esta historia?

Alguna vez escuché de él algo de eso, cuando me iba para los campamentos obreros en Pinares de Mayarí, porque a mí me gustaba estar en cualquier lugar menos en la casa. Porque la casa representaba la autoridad y me animaba ya el espíritu rebelde que empezaba a crearse en mí.

¿Ya de pequeño era usted rebelde?

Yo tuve varias razones para serlo. Frente a cierto autoritarismo español, y más el español que manda, y era la autoridad, el respeto generalizado. A mí la autoridad no me gustaba, porque en esa época también había su pequeño castigo corporal, algún cocotazo o algún cintarazo; nosotros corríamos el riesgo, pero ya íbamos aprendiendo a defendernos de eso.

¿Era autoritario su padre?

Tenía su genio. No se puede haber hecho lo que él hizo —construirse solo, tan joven, primero en la guerra, lejos de su familia y de su país, y obtener a partir de nada, sin un centavo, sin relaciones, siendo al principio analfabeto, con su único esfuerzo, un latifundio, una riqueza—, si no se tiene un carácter fuerte. Como la mayoría de los inmigrantes gallegos, poseía un espíritu modesto y trabajador. Mucha voluntad y carácter.

Pero nunca fue injusto. Jamás le dio a alguien que solicitara su ayuda una respuesta negativa. Atento siempre a las dificultades de los demás. Él mismo pasó muchas necesidades desde niño. Sé que quedó huérfano desde muy temprano, huérfano de madre.

Su padre se volvió a casar y, en fin, su infancia fue bastante sufrida y azarosa, pero traía en sí las virtudes nobles del emigrante gallego, que eran bondad, hospitalidad, generosidad. Muchos testimonios coinciden en que fue un hombre generoso. Hasta bondadoso. Con muy buen corazón.

Que siempre ayudó a sus amigos, a sus trabajadores, a las personas que se encontraban en dificultades. No recuerdo nunca que fuera alguien a pedirle algo a mi padre y que él no buscara alguna solución. Siempre mostraba generosidad. A veces se quejaba, refunfuñaba, pero buscaba una solución. Cuando venía el tiempo muerto, cuando finalizaba la zafra y había muy poco empleo, llegaba uno y le decía: «Mire, que los hijos…, que estamos sin nada, que necesito un trabajito». Había entonces un sistema de ajuste: «Usted limpia esto por tanto».

El tal ajuste era otra de las formas implantadas en Cuba para abaratar los costos en beneficio de los terratenientes, que consistía en un contrato con una familia o con un trabajador para que limpiara un campo de caña y usted le daba tanto por caballería o por roza, * no se usaba la hectárea. Creo que la caballería tenía como 18 rozas. En todos estos países de Suramérica había una medida diferente, menos mal que vino el sistema métrico inventado en época de la Revolución francesa.

Entonces, hacían un contrato: «Bueno, por 20 pesos te ajusto esto.» Mi padre inventaba alguna nueva limpia o tareas que no eran imprescindibles para distribuir empleo, aunque no resultase económico. Yo podía darme cuenta de eso cuando ya un poco mayor me ponían a trabajar en la oficina durante las vacaciones. Allí entregaba órdenes de compra a los trabajadores para adquirir mercancías en las tiendas aun cuando no tenían contrato de trabajo. Era un hombre bondadoso y noble.

¿Después de la guerra de independencia, en 1898, su padre decide quedarse en Cuba?

No, a él lo repatrían a España después de la guerra, en 1898, pero parece que le agradó Cuba y, entre los tantos emigrantes gallegos, él regresa a Cuba al año siguiente. Está documentado que él desembarca en el puerto de La Habana en diciembre de 1899. Sin un centavo y sin ninguna relación, empieza a trabajar.

Termina, no sé cómo, en las provincias orientales. Era la época en que grandes plantaciones norteamericanas se extendían por los bosques de maderas preciosas que se cortaban y utilizaban como combustible en los centrales. Esa misma madera preciosa con la que se hizo el palacio de El Escorial y otras obras o barcos famosos, como aquel formidable «Santísima Trinidad», el más grande y poderoso navio de la época, hundido por los ingleses tras la batalla de Trafalgar en 1805. Entonces, los norteamericanos empleaban gente para talar los árboles y para sembrar caña. El terreno es siempre fértil donde había un bosque, las primeras cosechas son muy buenas.

¿Su padre trabajaba para los norteamericanos?

Mi padre empieza a trabajar en Cuba como obrero en la famosa United Fruit Company, que se estableció en el norte de Oriente. Luego organiza a un grupo de trabajadores, y hace contratas a la empresa yanqui con un grupo de hombres subordinados a él. Creo que mi padre llegó a tener bajo su mando, alguna vez le oí el cuento, hasta 300 hombres y eso dejaba plusvalía. Algunas cualidades de organizador tenía. Pero él no sabía leer ni escribir, fue aprendiendo con mucho trabajo. Empezó a organizar una pequeña empresa que cortaba bosques para sembrar caña o producir leña para los centrales. Así empezó a obtener alguna ganancia como organizador de aquel grupo de trabajadores.

¿Cuántas tierras acabó teniendo, propiedad de él?

Llegó a adquirir alrededor de unas 900 hectáreas que eran propiedad de él, y después arrendó varios miles de hectáreas a unos descendientes de dos generales cubanos de la guerra de Independencia, que nadie sabe todavía de dónde las sacaron. Enormes extensiones de pinares, vírgenes la mayoría… Esas tierras se extendían por valles y montañas. Era una gran meseta donde crecían los pinos, un bosque natural. Mi padre explotaba los pinares de Mayarí. Diecisiete camiones cargados de madera de pino bajaban todos los días de allí. El ingreso, además, de caña y ganado era bastante porque poseía también tierras de llano, de montaña, de todo… Alrededor de 10 mil hectáreas.

Una extraordinaria cantidad.

Si usted suma, mi padre tenía, como propietario de una parte y como arrendatario de la otra, no menos de I 1 mil hectáreas de tierra.

Una cantidad considerable.

Sí, era considerable. Te puedo decir este cuento, porque yo, efectivamente, en aquellas condiciones, pertenecía a una familia que era más que «relativamente» pudiente. Era, en aquella escala, bastante pudiente. Vaya, no lo digo por mérito, sino por precisar, por exponer las cosas con toda precisión.

Así que es usted hijo de millonario.

Bueno, de millonario no. De mi padre nunca se dijo que era millonario. En aquellos tiempos, millonario era algo colosal, alguien que tenía realmente mucho dinero. Millonario, por ejemplo, en esa época en que un trabajador ganaba un promedio de un dólar diario, era aquel que tenía un millón de veces lo que una persona ganaba en un día. Las propiedades de mi padre no se podían evaluar a un precio tan alto. No se puede decir que mi padre fuera millonario, aunque era bastante pudiente y tenía buena posición económica.

En Birán, su padre no solo edificó una casa, sino que fue añadiendo, al borde de ese camino real, otros edificios: una panadería, un hostal, una taberna, una escuela, casas para los trabajadores haitianos… Un verdadero pequeño pueblo.

Bueno, donde vivíamos no había pueblo, sino algunas instalaciones. Era lo que mejor pudiera llamarse un batey. Cuando yo era pequeño, debajo de la casa estaba la lechería. Después hicieron una lechería como a 40 metros de la casa; y enfrente, un taller donde se arreglaban las herramientas, arados, todo eso. Y muy cerca construyeron un pequeño matadero. También a unos 40 metros, en otra dirección, estaba la panadería, y no lejos la escuela primaria, una pequeña escuelita pública. También, junto al camino, había una tienda, y al otro lado el correo y telégrafo. No lejos había algunos barracones muy pobres, unas chozas, de piso de tierra y techo de hojas de palma, donde vivían en efecto, muy pobremente, algunas decenas de inmigrantes haitianos que trabajaban en el cultivo y los cortes de caña, que era el principal cultivo de aquella finca.

También, cerca de la casa, había un naranjal grande que tenía como doce o catorce hectáreas, y toda clase de árboles frutales: había plátanos, frutabomba, cocos, había de todo. Y hasta tres colmenares con 400 y pico de colmenas de abejas de España que daban abundante cera y miel.

Y había también una espectacular gallería. ¿Había peleas de gallos?

Sí. Como a 100 metros de la casa, y a lo largo también de aquel camino, estaba la valla de gallos de la que usted habla. Era un lugar donde todos los domingos, en época de zafra, y también los días de Navidad y Año Nuevo, sábado de Gloria y Domingo de Resurrección, se efectuaban lidias de gallos. En el campo el deporte era ése.

Una distracción local.

Sí, porque distracciones había muy pocas. Se jugaba al dominó. Se jugaba también a las cartas; a mi padre, de joven y de soldado, le gustaba mucho jugar a las cartas, parece que había sido un excelente jugador de barajas. Y, en mi casa, había además, desde que yo tenía unos tres años, un fonógrafo de ésos a los que se les da cuerda, de marca, creo, RCA Víctor, para escuchar música. Nadie tenía ni siquiera radio. Creo que mi padre era el único que tuvo, y ya yo era grande casi cuando llegó un radio allí, quiero decir, tendría 7 u 8 años. ¿Qué?, ¡más! Tendría yo 10 ó 12 años, fue hacia 1936 o 1937, ya estaba la guerra civil española cuando hubo un radio y una plantica eléctrica allí, un motorcito que funcionaba unas dos horas.

¿Todo eso era propiedad de su padre?

Menos la escuelita y el correo, que eran públicos, todo lo demás era propiedad de mi familia. Cuando yo nazco, en 1926, ya mi padre había acumulado cierta riqueza y era muy pudiente como dueño de tierras, Don Ángel, «don Ángel Castro» le decían, una persona muy respetada, de mucha autoridad en aquella especie de feudo. Por eso le digo que yo era hijo, en realidad, de una familia que tenía tierras; mi padre las fue comprando poco a poco desde hacía años.

Hábleme de su mamá.

Se llamaba Lina. Era cubana, de Occidente, de la provincia de Pinar del Río. De ascendencia canaria. También de origen campesino y de familia muy pobre. Mi abuelo materno era carretero, transportaba caña en una carreta de bueyes. Cuando se mudaron para la zona de Birán, mi madre, que tenía entonces 7 u 8 años, su padre y su hermano viajaron en carreta, y recorrieron así unos mil kilómetros. Mi madre era prácticamente analfabeta y, como mi padre, aprendió a leer y a escribir sola. Con mucho esfuerzo y mucha voluntad también. Nunca le oí decir que hubiese ido a la escuela. Fue autodidacta. Murió el 6 de agosto de 1963, tres años y medio después del triunfo de la Revolución.

¿Y su padre, cuándo murió?

Él murió antes. Era bastante mayor que mi madre. Murió el 21 de octubre de 1956. Dos meses después de haber cumplido yo los 30 años, y dos meses antes de regresar nosotros de México en la expedición del «Granma».

¿Su padre hablaba gallego?

Sí, pero nunca lo usaba.

¿Usted le oyó hablar gallego alguna vez?

Alguna vez le oí pronunciar algunas frases en gallego. Había otros gallegos allí, y es posible que mi padre hablara en gallego con ellos, es posible. Pero también había españoles de otras provincias, había asturianos, pero no hablaban en gallego, Parece que ya los gallegos se habían adaptado al español, sabían el español, se entendían mejor, y, además, no iban a hablar gallego con los cubanos, porque nadie los iba a entender. Con un trabajador tenían que hablar el español, con todo el mundo, hasta con la novia o la mujer tenía que hablar español porque éstas no sabían gallego, así que por eso yo nunca lo escuché hablar en gallego. Le digo lo que era.

Cuando empieza la guerra civil de España, usted tiene unos 10 años.

No he cumplido los 10 años. Yo nací el 13 de agosto de 1926 y la guerra de España empieza el 18 de julio de 1936. Yo tenía nueve años y once meses; ya sabía, por supuesto, leer y escribir.

¿Usted, por ejemplo, recuerda si su padre estaba preocupado por esa guerra o hablaba de la guerra civil española?

Allí, en Birán, había dos facciones, entre un grupo de 12 o 14 españoles que vivían y trabajaban allí.

¿Españoles que se reunían con su padre, que venían a su casa?

Que trabajaban con él. Los otros eran obreros. Bueno, allí había un asturiano que era el tenedor de libros y tenía una buena cultura. Decía él que hablaba siete idiomas y estoy por creerlo, porque él también, cuando llegó el radio a mi casa y difundía algo en inglés o hasta en alemán, lo traducía; tenía una letra gótica preciosa, sabía latín. Este asturianito —digo asturianito porque era más bien bajito—, sin duda era el que más sabía allí, el que tenía más cultura. Sabía de Grecia, citaba a Demóstenes; fue el primero a quien yo escuché hablar de Demóstenes, el gran orador, y cómo era Demóstenes, que si se ponía en la boca una piedrecita para arreglar el tartamudeo… Fue este asturiano el que me habló de ésas y otras cosas. Ese grupo, y algunos más, cuando estalla la guerra eran partidarios de los rebeldes.

¿De los franquistas?

Sí. Y había otro grupo, que eran republicanos. Eran peones, y algunos no sabían leer ni escribir. Aunque allí estaba también Valero, que era el jefe de la oficina telegráfica, del despacho de correos, era republicano, igual que un número importante de aquella gente. Entre ellos uno era cocinero, porque habiendo sido peón de ganado tuvo no sé qué reuma, se quedó casi sin poder caminar y lo pasaron a cocinero de la casa, que, por cierto, con todo respeto a su memoria, y yo lo quería mucho, no era muy buen cocinero, o por lo menos en mi casa se quejaban muchísimo de eso. Se llamaba García, era totalmente analfabeto.

¿Analfabeto?

Sí, de mi infancia puedo dar fe de que en Birán menos del 20 por ciento de los que estaban allí sabían leer y escribir, y esto con muchas dificultades, y muy pocos llegaron al sexto grado. Allí pude ver lo que hoy me sirve para comprender lo que sufre un analfabeto. No se lo imagina nadie; porque hay algo que se llama autoestima… ¿Qué es un analfabeto? El que está en el último escalón allá abajo, que tiene que pedirle a un amigo que le redacte una carta para la novia. En Birán el que no sabía les pedía a los que sabían escribir que le redactaran una carta para la mujer que pretendía. Pero no es que le dictara una carta diciendo, por ejemplo, que soñó toda la noche con ella y que no come pensando en ella, digamos, si el campesino hubiese querido enviar ese mensaje. Sino que le decía al que sabía leer y escribir: «No, no, escríbele tú lo que tú crees que debo escribirle.» (Para conquistar a la novia! No exagero. Yo viví una época allí en que eso era así.

¿Usted, personalmente, recuerda algo de las discusiones sobre la guerra civil española?

Yo, en 1936, estaba interno en una escuela de Santiago de Cuba, y aquel verano en que comenzó esa guerra me hallaba de vacaciones en Birán, estaría yo sin cumplir los 10 años, no sé si finalizado el tercer grado.

¿Qué ocurría? Cuando yo llegaba de Santiago de vacaciones a Birán, como sabía leer y escribir, Antonio García, el cocinero que cojeaba de un pie, muy trabajador, y que en ese período vivía en una casita cerca del correo, se precipitaba para pedirme que le leyera el periódico.

Era un republicano rabioso —para que usted vea lo que es el espíritu de clase, muchas veces me pregunto por qué era tan rabioso republicano y también muy anticlerical, hay que decir la verdad—, y entonces le leía el periódico y le daba noticias de la guerra de España. Así me enteraba yo de esa guerra desde antes de cumplir 10 años. Le leía distintos periódicos. A Birán llegaba uno que se llamaba —creo— información y alguno otro más, como El Mundo, El País y Diario de Cuba; pero el principal periódico que llegaba allí era el Diario de la Marina.

Que era un periódico de La Habana.

No, de La Habana no, de toda la República. Era un periódico proespañol desde la guerra de Independencia y el periódico más derechista de los que existieron nunca en el país hasta el triunfo de la Revolución, Tenía rotograbado también, que salía los domingos. Era muy famoso. Tenía muchas páginas de anuncio, muy grueso, y llegaba a su casita de madera y yo a leerle al cocinero. Le leía todo: los «rebeldes», les llamaban rebeldes…

A los de Franco.

A los «nacionalistas», a los que también llamaban «rebeldes». Los otros eran los «rojos», los «rojillos» y de vez en cuando, amablemente, ese periódico les llamaba los «republicanos». Era el principal periódico que llegaba a Birán, el más notable, gordo, con muchas noticias y anuncios, y yo iba leyéndole. Aunque de vez en cuando aparecía algún otro periódico, el que más noticias daba de la guerra de España era el Diario de la Marina. Recuerdo esa guerra, casi desde el principio.

Recuerdo la toma de Teruel por las tropas republicanas.

¿El frente del Ebro?

Ya lo del Ebro fue más adelante, casi al final.

¿La batalla de Madrid?

Sí, Madrid sitiado. La paliza que les dieron los republicanos a los soldados de Mussolini en Guadalajara cuando avanzaban sobre Madrid y, como le dije, cuando los republicanos avanzan y toman Teruel. Y cuando viene la contraofensiva del general Mola y toda aquella gente reunida en Burgos, capital franquista…

¿Cómo se llamaba la fortaleza aquella donde estaban sitiados los franquistas?

El Alcázar de Toledo.

El Alcázar de Toledo. Le leí a García toda la batalla del Alcázar de Toledo, y yo a favor del gallego. Y hasta lo consolaba. Le decía: «Pero, mire, mire, la batalla de Teruel —recuerdo—, está bien, mire lo que han hecho; mire, están peleando aquí y allá». Cada buena noticia a favor de los republicanos que se podía dar, yo se la daba. Ésa era la situación que había allí, exacta, como se lo estoy contando.

¿Su padre estaba a favor de uno de los bandos, o se desinteresaba?

No, mi padre estaba contra la República,

¿Contra la República?

Sí, sí, y otros más, el asturiano, por cierto, y algunos más; más o menos la mitad… Creo que eran casi mayoría los españoles que estaban en Birán en la posición aquella, contra la República. Pero le hablo de otro grupo en el cual estaba Valero, el telegrafista, que eran republicanos a matarse. Y de vez en cuando jugaban dominó entre ellos.

Hacían la guerra del dominó.

Estaban reunidos, los simpatizantes y los adversarios de la República. Se enfrentaban en animadas partidas de dominó. Un poco a lo Don Camilo, como en la novela famosa de Guareschi, entre el cura y el comunista.

De vacaciones, lo mismo fuera en verano que cuando llegaban la Nochebuena y las Navidades, yo estaba de lector allí quince días, y durante la Semana Santa también estaba de lector allí. No sé quién le leería las noticias a García cuando yo estaba en la escuela.

Gracias a ese Antonio García, ¿siguió usted muy de cerca la contienda española?

Sí. Por eso me acuerdo bien de la guerra civil, en los preámbulos de la Segunda Guerra Mundial, en que se enfrentaron las ideas republicanas y las ideas «democráticas» occidentales —yo podría ponerlas entre comillas—, a las ideas genocidas,! hegemónicas e imperialistas del nazismo alemán, ¿Qué pasó en España y por qué se cae la República Española, y qué «no intervención» fue aquélla frente a la intervención de Hitler y del Mussolini desde muy al principio? ¿Qué significó aquello? Eso contribuyó a dar paso a la Guerra Mundial.

Las primeras batallas se libraron precisamente allí, en España, y allí estaban las izquierdas y las derechas; los llamados «nacionalistas», apoyados por Mussolini y por Hitler; y la República española, la izquierda mezclada dentro del «sistema democrático», pero era lo más avanzado que se podía concebir en aquel momento, lo más justo, lo más popular, porque la República española defendía ya la idea de progreso, en una sociedad casi feudal, en una sociedad que no se había industrializado siquiera, que vivió de los ingresos coloniales durante mucho tiempo. Es un pueblo muy combativo ese pueblo español.

Ahí se enfrentaron y se fusilaron. Había sacerdotes que estaban con la República y sacerdotes —es posible que fuesen mayoritarios— que estaban con los rebeldes o «nacionalistas» o franquistas. En esa época, los profesores españoles de mi escuela, en Santiago, hablaban de esa guerra. Desde el punto de vista político eran nacionalistas, digamos más sinceramente eran franquistas, todos, sin excepción. Hablaban mucho de los horrores de la guerra, de los nacionalistas fusilados, incluso de los religiosos fusilados. Pero no hablaban de los republicanos fusilados. Porque la guerra civil española fue muy sangrienta, y por ambas partes hubo mano dura.

Recuerdo que, después de la guerra, uno de mis profesores me hacía cuentos largos de la cantidad de prisioneros republicanos que fusilaron en España cuando acabó la guerra civil. Yo estaba en el colegio de Belén, de los jesuitas, en La Habana, y tenía amigos entre los más jóvenes, y el padre Llorente —él había sido sanitario en la guerra—, me hacía la historia de cómo, después de la guerra, fusilaron a no se sabe cuántas decenas de miles de personas, y él iba de sanitario, para saber si estaban vivos o muertos. Me contaba la historia de lo que había ocurrido allí, de los fusilamientos. Había católicos y cristianos que estaban con la República, no pocos.

Recuerdo los principales combates y los grandes acontecimientos. Claro que después uno ha leído muchos libros, pero le estoy contando las cosas que yo sabía entonces. Ya la batalla del Ebro viene a ser como en 1938. La última ofensiva republicana importante… De eso han salido películas y millones de cosas. Pero yo, desde casi 10 años, leyendo la prensa, vi cómo esa guerra se iba desarrollando.

¿Piensa usted que ese interés por la guerra de España siendo usted tan pequeño tuvo alguna influencia en su formación?

Sí. La importancia de lo internacional. Pero a los muchachos les gustan los episodios de guerra. También me gustaban, como a casi todos, las películas del Oeste y, además, me las tomaba en serio.

Que, sin embargo, eran muy racistas en esa época, ¿no?, muy antiindias.

Tomaba en serio los trucos aquellos de los cowboys. Bueno, los tomé en serio de muchacho. Después, ya adulto y casi maduro, me divertía verlos como cosa cómica: aquel piñazo que lanzaba al contrario del otro lado de la barra, aquella botella rojiza de whisky. De todos esos detalles me acuerdo. A los revólveres nunca se les acababan las balas, nada más cuando convenía que se les acabaran; no había ametralladoras en aquella época, y tiros y más tiros, y se colgaban de una rama de árbol cuando alguien a caballo era perseguido…

Todo muchacho veía esas películas. Por eso les enseñan tanta violencia a los niños y adolescentes, porque los muchachos son muy adictos a todo lo que es guerra y violencia, todos. Serían muy pocos los que no lo eran. Y, bueno, yo estaba leyendo noticias de una guerra, ¡qué me iba a imaginar yo todo lo que vendría después en el mundo.

Después vino la Segunda Guerra Mundial.

Recuerdo cuando empezó la guerra mundial, exacto, el día, el Io de septiembre de 1939. Yo tenía un poco más de edad, unos trece años, y ya leía de todo: la toma del Ruhr, la anexión de Austria, la ocupación de los Sudetes, el Pacto Molotov-Ribbentrop, la invasión de Polonia… No tenía mucha conciencia del significado de los acontecimientos, pero fui enterándome de todo.

Puedo hablar desde que empezó la guerra mundial hasta la última batalla, en 1945, cuando lanzaron las armas atómicas sobre Japón. Puedo hablar mucho sobre el tema porque quedé con la afición. Pero también antes había habido la guerra de Etiopía, cuando yo estaba en los primeros grados.

¿Usted recuerda la guerra de Etiopía?

Sí, vendían unas galleticas con unas postalitas de esa guerra de los italianos en Abisinia. Se decía la guerra de Abisinia.

De Abisinia la llamaban entonces. Vendían unas galleticas que, para que los muchachos las compraran, traían una colección de postalitas, dejando 10 ó 12 que nunca aparecían. Algunas creo que ni las imprimieron nunca, para que los muchachos arruinaran a los padres comprando galleticas.

Yo me volví casi experto en esa guerra de Abisinia, coleccionando y jugando con esas postalitas. Yo estaba entonces en el colegio de La Salle, en Santiago, y aprendí a jugar con las postalitas que vendían con las marcas de galletas, tú las ponías así en la pared y las soltabas… Yo tenía mis marquitas puestas y todo, una técnica que resultó eficiente. No se sabe cuántas acumulé.

Llegué a tener un montón, no sé cuántas, de esa guerra en Etiopía. De la batalla de Makale, recuerdo todavía unos aviones que aparecían en las postalitas. Siempre los muchachos buscando las postalitas qué nunca conseguían.

¿Siempre faltaban algunas?

Algunas no las ponían para que compraran los muchachos cuanta galletica había.

Una vez viene un muchacho, tiene un álbum de Napoleón precioso. Un álbum en postalitas de ésas que no son de colores impresos, sino como fotos —todavía lo tengo por ahí, Eusebio Leal5 lo encontró no hace mucho—, hago un cambio con él de todas las postalitas que poseía y me encuentro con el álbum de la historia de Napoleón, un guerrero. El álbum era una joya.

Decididamente, la guerra le interesaba.

Mira, la Biblia empieza hablando de guerra. Desde primer grado, en la historia sagrada ya aparece el castigo de Babilonia, la esclavitud de los israelitas o judíos como les llamaban, el cruce del Mar Rojo, el derrumbamiento de las torres de Jericó por Josué, Sansón y su fuerza hercúlea capaz de derribar un templo con sus propias manos, las Tablas de la Ley, el becerro de oro que estaban adorando… Eso yo lo utilicé hasta en La historia me absolverá, para expresar una idea socialista, dije: «No creemos en los becerros de oro».

Allí cuando me defendí de lo del 26 de julio. Eso era en 1953, y aquí estamos hablando de 1936. Tendría yo entonces, como dije, más o menos 10 años.

Pero la guerra de Abisinia es anterior a la guerra de España, usted era aún más joven.

Sí, era antes de la guerra de España. Yo jugaba a las postalitas de la guerra en Abisinia, una guerra que inspiró la impresión de postales para vender galletas. Eso dura tiempo. Le cuento que aquello me sirvió para obtener, a cambio, un maravilloso álbum de Napoleón que está por ahí, con todas las batallas: la de Arcóle, cuando Napoleón toma la bandera y cruza el puente, «¡Seguid a vuestro general!», Austerlitz, todas las principales batallas. Naturalmente, me entretenía mucho y simpatizaba con aquel jefe, como simpatizaba con Aníbal, como simpatizaba con Alejandro El Grande. Me habría gustado por entonces que Aníbal hubiese tomado Roma, tal vez por su audacia de cruzar los Alpes con sus elefantes, tal vez porque era menos poderoso. También me agradaban los espartanos y su defensa del paso de las Termopilas cuando leí sobre esto no sé en qué grado.

Le gustaban a usted los jefes guerreros.

A todos los muchachos les gustan. Empiezan, digo, por la historia sagrada, y ya te hablan entonces del cerco de Jericó. Todo eran guerras. El Antiguo Testamento está lleno de guerras y otros singulares episodios: el Arca de Noé, el diluvio, los días que estuvo lloviendo… Hasta el punto que se habla, en el Génesis, que, después del diluvio universal, Noé cultivó la viña, la uva, producía vino, tomó un poquito más de la cuenta y uno de sus hijos se burló del padre ¡y Noé lo maldijo, lo condenó a ser esclavo y a ser negro!6 Es una de las cosas que está en la Biblia, que yo pienso que algún día la propia Iglesia debiera rectificar eso, porque parece que ser negro es un castigo de Dios… Como parece un castigo, una culpa, ser mujer, a la que imputan la culpa de este valle de lágrimas, algo que está contra la mujer, que tanto ha sido y es objeto todavía de discriminación.

¿Le está usted pidiendo a la Iglesia Católica que rectifique eso?

Realmente, yo no pido que se enmiende, ni se cambie en cuestiones de fe. Pero el papa Juan Pablo II, que fue valiente, decidido, en algunas definiciones, ha dicho que la teoría de la evolución no es irreconciliable con la doctrina de la creación.

Yo he conversado con cardenales y obispos en alguna ocasión sobre el tema. Hay estos dos puntos. Yo pienso que, con la sabiduría que suele tener una institución que ha vivido dos mil años, ayude un poco en el mundo a que se considere igual a la mujer. Que no se la considere culpable de cuantos sufrimientos hay en el mundo. Y que el ser negro no es un castigo de Dios, porque un hijo de Noé se burlara un poco de su padre.

Usted también se rebeló primero contra su padre, ¿verdad?

Bueno, no me rebelé contra mi padre, era difícil, porque era ¡un hombre de muy buen corazón. Yo me rebelaba contra la autoridad.

No soportaba la autoridad.

Eso tiene antecedentes. No nace de cuando yo tenía 10 ó 12 años, porque yo empecé a ser rebelde antes, como a los 6 ó 7 años, digamos, unos cuantos años antes.

¿Qué otros recuerdos lo marcaron en su pequeña infancia en Birán?

Me acuerdo de muchas cosas. Y algunas deben haberme necesariamente influenciado. Pero, por ejemplo, la muerte no marcó mi infancia. Aunque perdí a una tía, Antonia, que murió de parto cuando aún no tenía yo cumplidos los tres años, y aún recuerdo aquella tristeza, aquella atmósfera de tragedia. Era una hermana de mi madre, casada con un español, trabajador de la finca, Soto se llamaba. Me acuerdo del entierro, caminando por un caminito de tierra, entre la caña de azúcar, con personas llorando, hasta una casita de madera. Lo recuerdo, pero no debe haberme impresionado fuertemente porque yo no sabía de qué se trataba, no tenía conciencia.

También me acuerdo de la primera vez que vi una locomotora. Todo en una locomotora de vapor impresiona, sus ruedas, su ruido, su fuerza, su silbido. Venían al central vecino a buscar la caña. Y me parecían monstruos fabulosos.

Cuando era escolar de primaria, tendría yo 6 ó 7 años, escuché hablar del viaje de Barberán y Collar7 Allá en Birán se afirmaba: «Por aquí pasaron Barberán y Collar», dos pilotos españoles que cruzaron el Atlántico y siguieron hacia México. Pero después no hubo más noticias de Barberán y Collar, todavía se discute en qué lugar cayeron, si en el mar entre Pinar del Río y México, o en Yucatán o en algún otro lugar. Pero nunca más se supo de Barberán y Collar, que habían cometido la osadía de cruzar el Atlántico en un avioncito de hélice que se había casi recién inventado. Perecieron en un avioncito lleno de tanques de gasolina, porque era lo único que podían hacer en ese tiempo, despegaron, hicieron una acción tan audaz como ésa, la de cruzar el Atlántico. Salieron de España y llegaron a Cuba; volvieron a salir, con intención de llegar a México, pero no lo lograron.

Vi ciclones desde muy pequeño. Vientos huracanados, trombas de agua, tempestades con ráfagas de viento de gran velocidad. Hasta sentí un terremoto una vez cuando debía tener 4 ó 5 años.* Nuestra casa se puso a temblar. Todos esos fenómenos naturales deben haberme marcado de alguna manera.

¿Qué otra cosa influyó, según usted, en la formación de su personalidad?

Un privilegio y una suerte. Yo era hijo de terrateniente, no era nieto de terrateniente. Si hubiera sido nieto de ricos habría acido ya en un reparto aristocrático y todos mis amigos y toda cultura habrían estado marcados por el sentido de sentirme superior y todo eso. Donde yo nací eran pobres todos, hijos de obreros agrícolas y campesinos pobrísimos… Y mi propia familia, por parte de mi madre, eran pobres, y algunos primos de mi padre, que vinieron de Galicia, eran pobres, y la familia de mi padre en Galicia era también muy pobre.

Pero seguramente lo que más ha influido es que, donde yo nací, vivía con la gente más humilde. Recuerdo a los desempleados analfabetos que hacían colas en las proximidades de los cañaverales, sin que nadie les llevara ni una gota de agua, ni desayuno, ni almuerzo, ni albergue, ni transporte. No puedo olvidar tampoco a aquellos muchachos que andaban descalzos.

Todos los compañeros con los cuales yo juego, en Birán, con los que voy para arriba, para abajo, por todas partes, son la gente más pobre, algunos de los cuales, incluso, a la hora del almuerzo, yo les llevaba una lata llena de la comida excedente, por no decir sobrante. Yo iba con ellos al río, a caballo o a pie, por todas partes, a tirar piedras, a cazar pájaros, una cosa condenable pero era la costumbre de usar el tirapiedras… En cambio, en Santiago y después en La Habana, yo estaba en colegios de privilegiados, allí sí había hijos de terratenientes.

Y usted convivió también con ellos.

Eran hijos de gente de dinero. Y, claro, allí tenía amistad con ellos, jugábamos, practicábamos deportes y todo eso. Pero no convivía con ellos en barrios de ricos.

Allí teníamos otras cosas en la cabeza, y principalmente el deporte o las clases, excursiones y todo eso. Yo tenía mucho el hábito del deporte y de escalar montañas, eran dos aficiones espontáneas. Los del colegio de La Salle tenían, además, en Santiago una finca en una península que hoy es una refinería, Renté se llamaba.

Había un balneario, había que poner unas estacas así, de palmas canas, como las llaman, porque era una bahía y había el peligro de los tiburones, que era real, aunque no eran tan peligrosos como parecía. Había trampolines, el primero, el segundo, el tercero… Yo debí ser clavadista, porque recuerdo que cuando llegué allí, la primera vez me tiré del más alto, ya en una especie de desafío de ésos: ¿quién se tira?, y yo, pam, me tiré; por cierto, de pie, menos mal que no me tiré de cabeza; estaba bastante alto, pero me lancé.

¿Usted ya sabía nadar?

Yo había aprendido a nadar en los arroyos y en los charcos allí por Birán, y todo era con la misma gente.

Con sus compañeros modestos, humildes.

Sí, con toda esa gente, mis compañeros y mis amigos. Yo no adquiero una cultura burguesa. Mi padre era un terrateniente aislado en realidad. Mis padres no salían y rara vez recibían visitas. No había una cultura de familia de clase rica. Estaban todo el tiempo trabajando. Y nosotros estábamos en relación exclusiva con los que vivían allí en Birán.

¿Entre aquellos niños con los que usted jugaba, había algún negro?

En mi casa, nunca me dijeron: «¡No te juntes con éste o con aquél!» Jamás. Y yo estaba a cada rato en los barracones de los haitianos, hasta me regañaban en mi casa. No por cuestiones sociales, sino por razones de salud, porque me iba a comer maíz tostado con ellos. Me amenazaron con mandarme a Guanajay, que era un reformatorio que estaba en La Habana.

¿Para los niños rebeldes?

Me decían en mi casa: «¡Te vamos a mandar para Guanajay, por andar comiendo maíz tostado en el barracón de los haitianos!» Cuando yo pude empezar a conocer cosas, en mi mente estaba la mejor escuela: la infancia que viví allí en el campo v el lugar en que viví. El campo era la libertad. Después, por ser hijo de rico, fui víctima de explotación.

¿Víctima de explotación?

De explotación.

¿En qué sentido?

Sencillamente, le cuento. Mi círculo infantil fue la escuela pública que había en Birán; yo tenía dos hermanos mayores, Angelita y Ramón, que iban a esa escuela, y a mí, aunque yo aún no tenía edad, me mandaron a la misma escuela y me sentaban en el primer pupitre. Todavía me acuerdo de las fechas. Yo no sé cómo aprendí a escribir, probablemente viendo a los demás del círculo infantil, sentado en la primera fila, a la fuerza. Entonces, me acuerdo, creo que fue en el año 1930.

Tenía usted cuatro años.

Cuatro años tenía. Yo aprendí a leer y a escribir viendo a los demás, y haciendo travesuras allí también, propias del hijo del terrateniente. La maestra venía siempre a ía casa, comía en casa. Y había castigos, de vez en cuando un reglazo, recuerdo. De vez en cuando una puesta de rodillas, y te ponían unas pesitas así, en las manos extendidas, no nos tenían tres horas, pero oiga…, y a veces ponían granitos de maíz.

¿Debajo de las rodillas?

Sí. Yo conocí las torturas escolares.

Las cosas por su nombre: tortura.

Yo era bien rebelde ya, porque, bueno, hay historias largas de algunas cosas. Si quiere después le digo algo, le cuento cosas que me ayudaron a ser revolucionario, cosas que me ayudaron a ser rebelde. Me vi en la necesidad de resolver problemas desde muy temprano que me ayudaron a adquirir cierta conciencia de la injusticia y de las cosas que pasaban en aquel mundo. Pero no estamos en eso, y a usted no le van a interesar mucho.

Me interesan.

Cuando llegue la hora, si quiere, le cuento. Pero le añado esto, de elementos que, a mi juicio, nos hemos planteado. ¿Qué me hizo revolucionarme? ¿Qué factores influyeron en mi vida, a pesar de mi origen social de hijo de terrateniente, y a pesar de que los muchachos son egoístas y que los muchachos son vanidosos también, y que un poco de conciencia adquieren de su posición social?

¿Usted era el único rico en la escuelita de Birán?

Era el único, allí no había nadie que fuera ni medianamente rico, ni que fuera dueño de una tienda. Eran jornaleros de pedacitos de tierra. Los niños todos, hijos de gente muy, muy pobre.

¿Por eso sus padres decidieron enviarlo a Santiago, para que conociera a niños de otro medio social?

No, no creo que esa razón les haya pasado siquiera por la mente. ¿Qué hacen mis padres conmigo? A la edad de seis años me envían para Santiago de Cuba, con el cuento de que yo era «un muchachito muy inteligente».

Ya habían decidido que la maestra de la escuela de Birán, que se llamaba Eufrasia Feliú, se llevara a su casa de Santiago a mi hermana la mayor, Angelita, que me llevaba por lo menos cuatro años. Si yo tenía 6, ella tendría 9 ó 10 años. Entonces la llevan y a mí me cuelan: el muchachito valía la pena que fuera a Santiago también, a mejorar su educación en casa de la maestra. Y voy.

A usted, que llegaba del campo, ¿qué impresión le causó Santiago?

Santiago de Cuba era entonces una pequeña ciudad, pero a mí me impresionó mucho, me pareció una cosa fabulosa. Me causó una impresión fuerte, semejante a la que sentí, más tarde, con 15 ó 16 años, cuando vi por primera vez la capital de la República, La Habana. Aquí vi, entonces, casas grandes, edificios de cuatro o cinco pisos que me parecieron gigantescos. La ciudad que yo conocía, Santiago, era de casas bajitas, pequeñas; los edificios de varios pisos eran una excepción. Así que cuando vi La Habana también sentí una enorme impresión. Pero debo añadir que, en Santiago, cuando tenía yo seis años, vi por primera vez el mar abierto. Yo venía del campo, del monte, de tierra adentro. Y cuando, por primera vez, a la salida de la bahía de Santiago, vi el mar abierto, me quedé muy impresionado.

¿Cómo era aquella casa de Santiago?

Era una casa de madera, en la loma del Intendente, en el barrio El Tivolí, un barrio más o menos pobre… Una casa estrecha, oscura, húmeda, chiquitica, una salita con un piano, dos cuartos, un baño y un balcón con una vista muy bella sobre la Sierra Maestra —parece que había un predestino— también se veía bien cerca ¡a bahía de Santiago.

La casita, de paredes de tabla y techo de tejas rotas y descoloridas, daba a una plazoleta toda de tierra, sin árboles. Al lado era una cuartería, había cuartos… Después, en la otra manzana, había una bodeguita donde vendían turrones de coco blanco y de azúcar negra. Enfrente, del otro lado de la plazoleta, recuerdo que había una casa grande que pertenecía a Yidi, el moro Yidi, muy rico. Y detrás estaba el instituto de segunda enseñanza. Yo viví allí días álgidos, recuerdo que el instituto estaba ocupado por los soldados, porque los estudiantes estaban todos allí contra Machado.9 Recuerdo una escena que vi en el instituto, que tenían ocupado, los soldados dando culatazos a algún civil que a lo mejor les dijo algo al pasar. Algunas de esas escenas las recuerdo bien, porque vivíamos enfrente y lo vi.

Había un ambiente de tensión, los soldados detenían a los transeúntes. Al mecánico de Birán —Antonio se llamaba—, en esa época lo encarcelaron. Luego supe que por comunista. Recuerdo que su esposa fue a visitarlo en prisión y me llevó con ella siendo yo tan chiquito. La cárcel estaba al final del Malecón de Santiago, un lugar siniestro, sombrío, de paredes mugrientas. Me acuerdo con estremecimiento de los carceleros, las rejas, las miradas de los presos…

En aquella casa a la que fui a vivir en Santiago, cuando llovía, los techos se filtraban y todo se mojaba. Llovía más adentro que afuera. Se colocaban palanganas para recoger los aguaceros. Había una humedad terrible. Allí nos llevaron a mi hermana y a mí. En un cuartico chiquito con un camastro, vivía el padre de la señora, Néstor, y en el otro cuarto la otra hermana de la maestra, Belén, que era pianista. Era pianista y una noble persona, pero no tenía un solo alumno.

¿Había electricidad?

Sí, ya había electricidad, pero no gastaban mucha electricidad. Se alumbraban también con lámparas de petróleo porque me imagino que el petróleo costaba menos.

¿Cuántas personas vivían en esa casa?

Había primero tres hermanas, creo que eran hijas de padres haitianos, que no sé si estuvieron en Francia o en Haití. Eran mestizas. Una se hizo maestra de escuela, la otra profesora de piano y la tercera era médico y por aquellos días hacía poco que había fallecido. Vivían con su padre, Néstor, viudo. Estaba mi hermana, estaba yo, o sea, éramos cinco con la maestra, que seguía dando clases en Birán en el período escolar, pero que venía durante las vacaciones. Había además una campesinita, una guajirita, Esmérida Marcheco, que la llevaron de criada para allí, ya éramos seis. Y después mi hermano mayor Ramón, al que yo convenzo para que se quede un día que fue a Santiago, con lo cual éramos siete. Y todos vivíamos de una cantinita.

¿Eso es en qué época?

Era la época del machadato, de la dictadura de Machado. Gran hambre había. A Machado lo derroca, fundamentalmente, el hambre; porque para más remate, aparte de la crisis económica que se produce en 1929, Estados Unidos, que nos había impuesto un acuerdo comercial desde los primeros años de la república dependiente, mediante el cual nos prohibía producir muchas cosas y nos obligaba a importarlas, pero nos compraba el azúcar, en aquella época, por causa de la crisis del 29, le puso unas tarifas arancelarias al azúcar. Así que el azúcar no se exportaba y estaba a muy bajo precio. La economía se deprimió más, y había hambre en Cuba. Fue una época de crisis económica y también de represión política.

Machado había empezado siendo un gobierno con cierto apoyo, ciertas ideas nacionalistas, y construyó obras, ciertas fábricas, pero era autoritario, y muy pronto fue sangriento su régimen. Ya tenía la oposición de los estudiantes. En particular la de Julio Antonio Mella,10 fundador de la Federación Estudiantil Universitaria y del Partido Comunista, a una edad creo que de 20 ó 21 años. Una figura emblemática Mella, que luego asesinan allá en México durante el gobierno de Machado.

Mella fue un joven extraordinariamente capaz y precoz. Una de las principales figuras que descollaron después de Martí. El hablaba, incluso, de una «universidad obrera», una idea brillante. Entonces, los estudiantes llegaban a la Universidad y empezaban a escucharlo hablar de la historia de los héroes. Es cierto que ya se había producido, en 1917, la revolución bolchevique, muy famosa, y él había fundado el Partido Comunista, sin duda inspirado en el radicalismo de aquella revolución, y en sus leyes sociales. También inspirado en José Martí. Mella era muy martiano y muy simpatizante de la revolución bolchevique. Eso tiene que haber influido en que él, junto a un marxista que había sido amigo de Martí, Carlos Baliño, fundaran el primer Partido Comunista.

Machado es derrocado en 1933, ¿verdad?

Sí. Machado es derrocado en la lucha de 1933, y después, en septiembre, tuvo lugar la «sublevación de los sargentos». Yo tenía 7 años. Los sargentos nacen con la aureola de que se rebelan contra los oficiales que habían sido cómplices de Machado. Entonces, todo el mundo sale de la clandestinidad, las distintas organizaciones, había algunas de izquierda, otras que eran inspiradas en las ideas de Mussolini, así que había de todo allí, algunas ponían bombas, hacían cualquier cosa.

En particular, en el medio universitario, estaban los estudiantes, que tenían un Directorio, que habían luchado contra la dictadura, habían tenido víctimas, y también había, entre ellos, algunos profesores. Surge un dirigente, un profesional, llamado Guiteras, que crea una organización, un hombre muy valiente, muy audaz, joven, que había participado, había tomado un cuartel, había practicado formas de lucha armada, y lo habían nombrado Ministro de Gobernación.

Antonio Guiteras.11

Antonio Guiteras. Él interviene la empresa telefónica, creo que interviene también alguna otra empresa yanqui de servicios y es autor de leyes que autorizan los sindicatos, limitan a ocho horas la jornada de trabajo, una serie de medidas progresistas. Entre ellas una tenía una explicable motivación, pero que en sí resultaba injusta, que se llamó Ley de Nacionalización del Trabajo y que dio lugar, aunque no fuese ése su objetivo, a la cruel expulsión de los haitianos. Esa ley, aquel gobierno, en que el ministro más fuerte y el más decidido fue este hombre, Guiteras, la promulgó para proteger a los trabajadores cubanos de la exclusión de que eran víctimas por parte de muchos comerciantes españoles en favor de familiares que traían del exterior.

Guiteras era el principal líder y aquel gobierno, que era una pentarquía, un gobierno de cinco, al poco tiempo se convierte en un gobierno en el cual queda de presidente el doctor Grau San Martín, profesor universitario de Fisiología.

Coincide con tres meses en que se hacen estas leyes; pero ya los yanquis, a través del embajador Sumner Welles, habían comenzado a influir sobre Batista, a pesar de que el presidente de Estados Unidos entonces era nada menos que Franklin Delano Roosevelt, promotor en esa época de «una diplomacia de buena vecindad» con América Latina y que fue, a mi juicio, uno de los mejores estadistas que ha tenido ese país.

Una persona, incluso, con la cual yo simpatizaba. La voz cálida con que pronunciaba sus discursos. Era inválido. Una vez, estando yo en el colegio de Dolores, hasta una carta le escribí, Roosevelt tiene el mérito de haber suspendido la Enmienda Platt;1- y el mérito de un tratado llamado Hay-Quesada, en virtud del cual los norteamericanos nos devuelven la isla de Pinos —Isla de la Juventud hoy—, que estaba ocupada con destino incierto.

¿Estaba ocupada militarmente por los norteamericanos?

Los norteamericanos tenían ocupada la Isla de Pinos desde 1898.

¿No estaba administrada por el gobierno de la República?

No. Era una posesión norteamericana desde los años de la Enmienda Platt. Se recuperó. Quedó Guantánamo.

La Enmienda Platt daba a los Estados Unidos, por precepto constitucional, la facultad de intervenir en los asuntos internos de Cuba.

Esa Enmienda se firmó en 1902.

Se firmó en 1902 y se vino a abolir en 1934, no recuerdo la fecha exacta. Pero ya en 1933 —ese gobierno con Guiteras dura alrededor de tres meses— se hacen esas leyes, y es cuando Fulgencio Batista, sencillamente, a inicios de 1934, los quita del poder. Y Antonio Guiteras es asesinado en 1935.

En ese periodo hubo algunos combates, uno de ellos en La Habana, en el hotel Nacional, donde se había refugiado un grupo de oficiales de los machadistas derrocados, entre los cuales había algunos bien preparados y expertos tiradores. Al fin y al cabo, fueron desalojados por los sargentos, pero sostuvieron allí un fuerte combate.

También los del ABC, un grupo de los que estaban contra Machado, de ideas fascistoides realmente, se sublevan, toman las estaciones de policía, libran combate, y el último fue en la vieja fortaleza de Atares.

Todo eso contra el gobierno progresista y las leyes de Guiteras. Y Batista consigue la jefatura plena del ejército. Era su ejército. Después, por las presiones de Estados Unidos, quita al gobierno y nombra a un señor civil como presidente.

Batista se asciende a coronel, otros son nombrados tenientes coroneles, no había generales, algunos de los antiguos oficiales y todos los sargentos se ascienden a tenientes, capitanes, comandantes, tenientes coroneles y todo. Creo que el único coronel, no sé si había alguno más, era el coronel jefe del ejército, Fulgencio Batista.

Esto es en 1934. Batista gobierna durante siete años, hasta una constituyente en 1940. Durante todo ese período yo estoy en Santiago, en casa de la maestra primero, luego en el colegio de La Salle y después en el de Dolores, de los jesuitas. En 1942, acabaría de cumplir los 16 años, marcho para La Habana al colegio de Belén, también de los jesuitas, que tenía fama de ser la mejor escuela del país. Y termino el bachillerato en 1945.

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Rosalba Alarcón Peña

Rosalba Alarcón Peña, periodista y Defensora de Derechos Humanos, directora del portal web alcarajo.org y la Corporación Puentes de Paz "voces para la vida". Además, analista y columnista del conflicto armado de su país natal (Colombia) en medios internacionales. Redes sociales. Twitter: @RosalbaAP_ Facebook. Rosalba Alarcón Peña Contacto: rosalba@alcarajo.org

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