• abril 24, 2024 6:11 pm

Camilo Torres: Sobre la izquierda, los líderes y los dirigentes

Con la intención de dar a conocer los esfuerzos realizados por personajes nacionales e internacionales a favor de la paz de Colombia, y de contar la historia a través de diferentes textos, AlCarajoOrg publicará libros y textos que aproximan de forma verídica la lucha de la sociedad colombiana por lograr la paz en el país suramericano.

Empezamos este ejercicio con el Sociólogo, maestro, padre y revolucionario Camilo Torres, libro de la Universidad Nacional de Colombia, que será publicado en su totalidad en diferentes artículos, que recoge la esencia de sus planteamientos en sus aportes más importantes a la percepción de temas que aún siguen siendo vigentes por el alcance de los objetivos que estos se fijan en el orden espiritual, social, económico y político.

Sobre la izquierda, los líderes y los dirigentes

Sería equivocado afirmar que hoy la izquierda colombiana atraviesa por una profunda crisis, porque eso equivaldría a afirmar que hubo algún momento en que no lo estuvo. La realidad de la historia de nuestra izquierda es que nació en un escenario de crisis del que no ha podido salir nunca. Podrían explorarse las ideas de izquierda y los esfuerzos de organización a lo largo de más de un siglo y nos encontraríamos que el crecimiento ha sido precario y no ha representado más del diez por ciento de la totalidad de las adscripciones políticas en el país en los procesos de mayor unidad.

La izquierda ha desperdiciado de manera irresponsable momentos históricos y políticos fundamentales para la acumulación de fuerzas y simpatías, en mezquinas, sectarias y dogmáticas peleas, lo que ya es grave, pero, adicionalmente, en la reproducción de los vicios y prácticas de los partidos tradicionales.

Lo anterior no quiere decir que la izquierda, con todas sus carencias, debilidades y vicios, no haya jugado un papel fundamental en la lucha política y social del país y que no haya pagado un elevado costo en vidas; en una sociedad intolerante, antidemocrática y sectaria en la que en la lucha política se elevó al adversario a la categoría de enemigo y se le condenó a la cárcel, al exilio o a la muerte. Total, quiero dejar por fuera de toda duda el hecho de que la izquierda colombiana y, en general, la de América Latina, ha sufrido, en condiciones de extrema violencia, la estigmatización, el señalamiento, la persecución y el aniquilamiento sistemático por parte de las clases dominantes, la institucionalidad, el paramilitarismo y el crimen organizado.

Camilo hace parte de esa tragedia y de esa ruta de exterminio a la que fue sometida la izquierda colombiana; así como el pensamiento crítico, el compromiso político democrático con los cambios sociales y estructurales que requiere la nación en todos los aspectos que competen a la vida de los colombianos. Es por eso que los textos de Camilo se explican en el contexto específico de las dinámicas del conflicto económico, social, político, religioso y militar del país a comienzos de la segunda mitad del siglo xx; momento en el que se están produciendo los cambios estructurales que posibilitarán la consolidación de un modelo capitalista dependiente.

Si bien las explicaciones que damos a un momento histórico determinado son pertinentes para este, no se quedan atrapadas en el tiempo, sino que pueden adquirir vida propia, transcender y servir al conocimiento y a la interpretación y transformación de la sociedad en otros momentos históricos. Siempre y cuando esas interpretaciones logren transformarse en pensamiento político y adquieran la forma explicativa de cada momento; esto es que se renueven en su intencionalidad de sentido y se carguen de nuevos significados, sin que por ello pierdan su esencia y autoría.

Los esfuerzos realizados por Camilo en los procesos de relacionamiento con la izquierda están dirigidos en lo esencial a modificar la cultura política de líderes, activistas y dirigentes políticos.  La cual está profundamente cooptada por imaginarios y prácticas propias de las agrupaciones de derecha de las que tomaron las actitudes sectarias y el dogmatismo, alimentado por las clientelas, el caudillismo, el cacicazgo y la corrupción. Por eso no es raro que Camilo considere que la afiliación por programas a las diferentes corrientes políticas es una costumbre mucho menos frecuente que el apoyo a los caudillos y que el cambio de agrupación política de una generación a otra, o dentro del transcurso de la vida de una misma persona sean considerados como traición.1

El establecimiento de ese modelo de ataduras y de prácticas ya constituye un obstáculo mayor para moverse en un mundo que se modifica a diario y que demanda un pensamiento político vigoroso y sustentable, capaz de resinificarse en cada momento sin abandonar la esencia de su proyecto ético político. Pero el problema de nuestra izquierda y de nuestra cultura política en general es aún más complejo; se hunde en el universo de un modelo de colonialismo ideológico del que no somos capaces de desprendernos.

Vivimos buscando las explicaciones de nuestra realidad en modelos interpretativos teóricos que se estructuraron para explicar realidades específicas, distintas a la nuestra. Marchamos detrás de las modas pensándonos modernos por habitar un universo en el que vemos engañosamente reflejados nuestros problemas. Hemos renunciado en gran parte a elaborar nuestras propias teorías para explicar, resolver y transformar el orden de nuestras complejas realidades.

Nuestra cultura política, la que define nuestras acciones, está atada a la tradición, a la subordinación institucional, a un novedoso modelo de colonialismo ideológico que nos lleva y nos trae según el aliento que le imponen nuestros estados emocionales.

Aún la tradición heredada o asumida de nuestras militancias con sus cargas de prácticas dogmáticas y el temperamento caudillista de nuestros dirigentes nos tienen sumergidos en una militancia de recua de mulas. A este respecto, Camilo ya había percibido la gravedad de nuestras clases dirigentes: el colonialismo ideológico tradicional en nuestra clase dirigente, se ha prolongado en formas menos obvias hasta nuestros tiempos. Los criterios políticos predominantes son pues: el sentimental y tradicional, el normativo o especulativo y los que emanan de un colonialismo ideológico.

No es extraño que bajo ese modelo de subordinación alienada hayamos recibido en el ordenamiento de la vida social y política del país toda la carga de dominación que se nos ha impuesto.

Vivimos en un país construido en un armazón de retazos de política e institucionalidad que otros impusieron y los nuestros construyeron. Por eso no nos vemos reflejados en los modelos que habitamos. Pero no es un problema que nos convoque solo a nosotros, en general, en los países de América Latina hemos recibido las instituciones jurídicas, las instituciones políticas, las instituciones religiosas, las instituciones económicas en sus formas exteriores sin haber asimilado a nuestros valores y patrones de conducta el contenido de estas instituciones. Lo que funciona igualmente para la derecha y la izquierda.

Mucho antes que la globalización y el neoliberalismo irrumpieran en el mundo con su carga ideológica y política de dominación al servicio de los renovados sistemas de acumulación, Camilo había intuido la instrumentalización de la política por el interés personal y grupal, señalando cómo la competencia partidista se comenzó a concentrar alrededor del botín presupuestal y burocrático.

Lo que se agravó por la multiplicación de la suma presupuestal a raíz de las permanentes reformas tributarias y las dinámicas de un creciente y potencial endeudamiento (Torres, 1965a). Si esa ya era una percepción clara en Camilo, en el mundo presente es aún más sentida, pues hoy se busca afanosamente desideologizar la política y despolitizar las prácticas sociales, en un ejercicio de constreñimiento de la democracia a las lógicas de mercado.

Una pregunta que se debía formular la izquierda es aquella que da respuesta al por qué si su discurso encarna el sueño de la utopía de la felicidad humana, la gente del común no se adscribe a sus propuestas y acompaña en los escenarios políticos convencionales sus iniciativas. Más allá de los medios de comunicación y sus particulares formas de alienación y enajenación cultural, de las formas clientelares e instrumentales de la política, de las tradiciones de militancia heredadas y de las razones emocionales, la respuesta debe buscarse en la incapacidad para construir escenarios en los que se favorezca la formación de una cultura política.

La cual se construye en torno a un proyecto ético político de nuevas ciudadanías permeadas por las necesidades e ideas de cambio, que estén dispuestas a empoderarse y a no buscar en el horizonte de sus incertidumbres la idea de la redención mesiánica de un caudillo o de un partido.

No se pueden construir adhesiones sobre la base de la promesa de un paraíso en el que se resuelven todos los problemas en un tiempo incierto, cuando se vive inmerso en las necesidades de un ahora agobiante. Camilo entendía que la supervivencia de los dos partidos tradicionales en Colombia debía ser explicada por factores funcionales de alguna utilidad, tanto para la clase dirigente como para la clase popular. ¿Cuál es la utilidad que prestan los partidos de izquierda a las clases populares? Cualquier cantidad de críticas pueden formularse a esta pregunta y en particular a la demanda de utilidad en esa concepción nuestra en la que cualquier instrumentación de la función del partido es concebida como contraria al interés general.

Pero acá no se trata de la instrumentalización del partido o de la organización política para el beneficio del interés personal, sino para la reproducción de la capacidad de convocatoria, movilización y acumulación estratégica de poder para el cambio presente que beneficia el interés general. Déjenme decirlo de manera más directa: se trata de mostrar en la práctica, a través de resultados concretos en transformaciones significativas, la utilidad de la unidad de las clases populares para hacer efectivos sus reclamos en torno a derechos específicos.

No existe un discurso demostrativo de los beneficios de la unidad porque no se ha logrado conseguir más que sumatorias de diferencias en pugna permanente por el mantenimiento de los intereses particulares de los grupos y sus dirigentes (caudillos).

Todavía queda un largo camino por andar en la posibilidad de ser con los otros, los afines, y aun un camino más largo para poder ser con los contrarios. Hemos elevado las relaciones políticas con los otros a la categoría de enemigos y no de adversarios con los que se puede construir según sea la correlación de las fuerzas en la arena política de las transformaciones que cada momento nos reclama.

Pero tal vez lo más grave es que se reprodujeron en las prácticas de izquierda los dispositivos de dominación utilizados por la derecha para inmovilizar a las clases populares y someterlas. Camilo advierte que los partidos políticos, al dividir la sociedad colombiana verticalmente y al agrupar en las luchas electorales a la clase popular en fracciones antagónicas por sentimientos y tradiciones opuestos, impidieron la constitución de un partido de clase. La ausencia de este partido aseguraba los privilegios de la clase dirigente y el dominio de ésta sobre la clase mayoritaria y popular, sirve al mismo tiempo para dar seguridad socio económica a la clase dirigente.

Para Camilo, además de la unidad, una de las ofertas de utilidad que deben ofrecer los partidos a sus militantes es la seguridad. Más aún cuando se vive en sociedades donde las instituciones formales para la seguridad social y personal son deficientes y operan de manera sistemática y aniquiladora contra las fuerzasde oposición que por lo general están representadas por la izquierda.

Una de las tareas que señala el pensamiento de Camilo, que está pendiente y que constituye la base esencial de la movilización popular y el sustento principal de las transformaciones sociales y políticas, es combatir el conformismo y potenciar hacia la acción política la inconformidad que se asume de manera consciente y militante, que se hace práctica política y amor eficaz. Pero, para ello, es necesario transformar la cultura política de la militancia de izquierda sacándola de su vestidura mesiánica y de su martirologio y heroísmo, para que sus militantes se constituyan en operadores políticos racionales capaces de fijarse metas y construir acumulados estables de poder social y popular.

Hace algo más de cuarenta años, Camilo dirigía sus análisis críticos contra un modelo de militancia constituido por un sentimiento altruista que podemos identificar con el de los socialistas utópicos sin bases científicas y sin tácticas racionalmente establecidas.

Para Camilo el tradicionalismo obra en ellos (dirigentes de izquierda) no por acción sino por reacción. Lo tradicional, aunque científicamente aparezca aconsejable, es muchas veces rechazado por resentimiento. El espíritu normativo y especulativo hace que estos mismos dirigentes den más énfasis a los planteamientos teóricos que a las soluciones prácticas de nuestros problemas socio-económicos. Esta orientación está estrechamente ligada al colonialismo ideológico de nuestra izquierda. Se usan slogans y clichés. Se emplea una jerga revolucionaria especializada. Se dan soluciones prefabricadas en el exterior a problemas colombianos.

Camilo lleva su crítica más allá, al cuestionamiento de prácticas en las que los ojos están puestos en horizontes más lejanos que los padecimientos que se tienen a los pies. Se hacen manifestaciones públicas de solidaridad con pueblos oprimidos del extranjero y se olvida la situación de los oprimidos nacionales. No es mucho lo que se ha avanzado en la superación de las prácticas de antropofagia y carnicería política en la izquierda colombiana.

De otra forma no tendrían nada que decirnos afirmaciones de Camilo tan vigentes como: el sentimentalismo también se traduce en caudillismo personalista y de frustración. Mientras la clase dirigente minoritaria pero todopoderosa se une para defender sus intereses, los dirigentes de izquierda se atacan entre sí, producen desconcierto en la clase popular y representan, en forma más fiel, los criterios tradicionales, sentimentales, especulativos y de colonialismo ideológico.

Una de las tareas fundamentales del movimiento camilista consiste en propiciar la génesis de nuevas formas de militancia y de una nueva generación de dirigentes políticos, que supere las viejas ataduras a través de las cuales se generó esa cultura política soportada en un dogmatismo a ultranza y en un sectarismo exacerbado, subsumido en las prácticas políticas de una derecha clientelista y corrupta. Esa nueva generación dirigente debe pensarse desde lo colectivo, para que funcione desde allí en la tarea de superar el grupismo y así proyectarse en el concepto de la unidad que nos heredó Camilo, generando los empoderamientos que requieren las clases populares para convertirse en auténticos actores de alternativas de poder.

Hoy adquiere más vigencia la afirmación de Camilo en el sentido que la clase popular colombiana ha logrado sustraerse de los criterios políticos dominantes, en forma más acelerada que los dirigentes de izquierda. Algunas circunstancias históricas de nuestra vida nacional han ido madurando en esta clase concepciones y actitudes políticas. La violencia determinó en nuestra población de base un rompimiento del aislamiento social, un rompimiento con nuestros valores sentimentales y tradicionales, una concepción más empírica y positiva de sus problemas y, a través de ellos, de los problemas nacionales.

Para Camilo, esto es el comienzo de la formación de una “conciencia de clase”. La cual está constituida por nuevos elementos que se ubican más allá de las tradicionales formas de concebir lo que ello significa; en el espacio de una práctica que subsumió todo a la conciencia de la clase obrera y que hoy se reclama en la conciencia de las clases trabajadoras y, según Camilo, en la conciencia de las clases populares, que hoy es necesario recaracterizar.

Las transformaciones del modelo capitalista, la degradación del trabajo humano vivo, propiciada por la irrupción del trabajo muerto, resultante del desarrollo científico y tecnológico que ha sido generador de la calamidad del paro laboral forzado planetario, el surgimiento de la informalidad y el trabajo auto referenciado y autónomo, nos obligan a pensarnos en un contexto de búsqueda de nuevas identidades. Las cuales definen esa conciencia de las clases populares que hoy se expresa en los distintos escenarios de los conflictos sociales y políticos del mundo, a través de movimientos sociales y de resistencia como el de Los indignados.

A Camilo le correspondió la lectura de los retos que le impuso el Frente Nacional a los movimientos sociales y a las fuerzas políticas desde la exclusión, la estigmatización, la persecución y la muerte. Para él, esa situación polarizó el descontento no ya hacia un individuo, hacia un gobierno o hacia un partido sino hacia un sistema y hacia una clase. No obstante, los desarrollos políticos posteriores no contaron con los acompañamientos suficientes de la izquierda para mantener esa línea de reflexión y se terminaron identificando los problemas con las personas y los gobiernos, mas no con las lógicas del sistema y sus dispositivos de dominación.

Sobre el autor

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Rosalba Alarcón Peña

Rosalba Alarcón Peña, periodista y Defensora de Derechos Humanos, directora del portal web alcarajo.org y la Corporación Puentes de Paz "voces para la vida". Además, analista y columnista del conflicto armado de su país natal (Colombia) en medios internacionales. Redes sociales. Twitter: @RosalbaAP_ Facebook. Rosalba Alarcón Peña Contacto: rosalba@alcarajo.org

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